/Desnudándote/


Tengo la mirada ensombrecida. Mis ojos azules se confunden con el manto negro situado detrás de mi. No sé si voy a ser capaz de detenerme ante el objetivo y, siguiendo la sugerencia de la fotógrafa, tener que desnudarme. Sin embargo, hay algo de cautivador, insinuante e incluso provocador en aquel foco que, con cada movimiento de enfoque y disparo, parece quererse adentrar en mi oscura intimidad.

Un inmediato acto reflejo ha sido evitarlo, mirar hacia otro lugar, y escapar de aquel tormento que hace sentirme como un animal dócil ante su presa. Me siento víctima de una mentira. Entonces recuerdo como, persuadido por un ansia patológica por querer retratarme, había cedido ante las súplicas de quien ahora está situada tras la cámara. Ella decía que con sus fotografías conseguiría desvelarme , en otras palabras, verme tal y como sus ojos llevaban haciendo tiempo atrás.

Aquello que en un principio era un favor desinteresado se estaba convirtiendo en una confesión conmigo mismo. Pues aquí estoy, aprendiendo a mirar(me), tomando conciencia de ser un cuerpo desnudo a merced de los deseos de una cámara. Para sorpresa mia empiezo  a sentirme cómodo pues he renunciado a continuar con la resistencia. El acto de obediencia se transforma en un intuitivo deseo de reconocimiento. Sucumbo al disparo del objetivo y, aquello que se presentaba como dolorosa e inevitable resignación, es ahora placentera y absurda sinceridad. Acepto mi palidez, mis ojos cansados por no dormir, pues hace tiempo que he perdido la noción del devenir de las horas, desestructuradas entre noches de insomnio y barata embriaguez.

En este momento casi elegíaco es cuando empiezo aceptar mi estado de languidez y , desnudo, tomo conciencia de ser un cuerpo sin pudor. No tengo vergüenza de mirarme, no tengo vergüenza de que me miren. Lo único que existe es el escenario del ‘disparo, click, enfoque y disparo’. Ahora sólo soy conciencia corpórea. Aquí, contigo, te miro, pues teniendo alternativa, decido que me dispares.