Los días sin levedad












Las primeras luces de la tarde señalaban la hora de su despedida. No había vuelta atrás ante tal decisión, era menester hacer las maletas y abandonar aquel lugar testigo de una ficción que a duras penas había tocado los cimientos de la realidad.  No era fácil decir adiós, nunca lo fue, puesto que suponía poner punto y final a una intimidad que, por su grado de profundidad y desconocimiento, ninguno de los dos habían estado preparados para comprometer. Su partida significaba que la espera había, al fin, concluido; una espera que se había convertido en una plácida cárcel para él y un contrato con silencios incómodos para ella. El ansia del encuentro había caracterizado una relación vacía de costumbres y repleta de situaciones insólitas que predecían el final de una historia tan viva como fugaz. La espera, en efecto, cesaría para ambos y con ello arrasaría con aquellos encuentros en bares tomando un café aguado, con las conversaciones a medio acabar, con las noches repletas de insomnio y los días resquebrajados por su deseo taciturno de encontrarse de nuevo. De repente, todo se teñiría de un gris neutro, una banalidad incolora a la que no querían volver a enfrentarse solos.Todo volvería a pesar, y, como ella en su día predijo: sería regresar a los días sinlevedad.